
Desde que el racionalismo cartesiano desacralizó definitivamente el cuerpo humano, el arte de la danza parece haber estado empeñado en devolverle esa participación en lo divino, que lo hacía sede de poderes mágicos y de fuerzas sobrenaturales.
La danza académica, construyó desde mediados del siglo XVII, un código de movimientos basado en el desarrollo de las posibilidades del cuerpo a partir de su riguroso disciplinamiento por medio de la técnica.
Es inevitable la asociación con los conceptos formulados por el filósofo Michel Foucault a propósito del surgimiento de las disciplinas durante ese mismo siglo “La disciplina aumenta las fuerzas del cuerpo (en términos económicos de utilidad) y disminuye esas mismas fuerzas (en términos políticos de obediencia).”[1] Aunque el análisis de Foucault se detiene principalmente en las implicancias políticas de estas prácticas, me interesa encaminar la lectura hacia el impacto que ha provocado el disciplinamiento en la estética de la danza, y que, creo, aún subsiste en numerosas expresiones contemporáneas (ya se trate de danza espectacular o de prácticas de enseñanza de la danza) como fenómeno estético político. Aplicando la cita de Foucault al terreno específico de la danza, la disociación que se produce en relación al poder del cuerpo hace del mismo, por un lado, una aptitud, una capacidad que se trata de aumentar, y, por otro lado, encauza la potencia expresiva que de ello podría resultar y la enmarca en los términos de una sujeción estricta a un código restringido.
El cuerpo del bailarín ostenta los signos del vigor, la fuerza, la agilidad, la salud, el dominio de sí, la plenitud. Toda una retórica corporal construida a partir de un cuerpo natural desvalorizado que debe ser corregido y modelado por el aprendizaje y la práctica constante de la técnica. Por consiguiente, toda secuencia de movimientos en una obra de danza clásica nos habla, además de lo que específicamente expresa, acerca de un cuerpo modélico altamente tecnificado y los valores sociales que este encarna.
Esta omnipresencia del poder, significada permanentemente en los cuerpos hipereficientes, nos impone pensar si necesariamente un cuerpo tiene que hablarnos de eso cuando baila. ¿Cuántos sentidos deben quedar desplazados en los márgenes de la significación, inarticulados, balbuceantes, sometidos a una parálisis —que es inmovilidad y afasia—, para que el cuerpo solo nos hable de eso? ¿Por qué acallar la humana fragilidad de una vida, siempre a merced de arbitrariedades infinitas que pueden ponerle fin en cuestión de segundos? ¿Por qué privilegiar el testimonio de un cuerpo en lucha ante la impaciencia del tiempo por consumirlo y no el de aquél que asume la vejez como parte de su naturaleza o la debilidad como parte de su alegato? Un cuerpo pulsional, urgente, descompone la infame red de gestos impuestos. Otros cuerpos posibles para la danza contradicen la serena elocuencia del mensaje de los cuerpos modélicos, su univocidad y su carácter ilusorio.
[1] Foucault, Michel. Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2002
Fragmento de: "La danza como una instancia de construcción de la memoria" Laura Papa
La danza académica, construyó desde mediados del siglo XVII, un código de movimientos basado en el desarrollo de las posibilidades del cuerpo a partir de su riguroso disciplinamiento por medio de la técnica.
Es inevitable la asociación con los conceptos formulados por el filósofo Michel Foucault a propósito del surgimiento de las disciplinas durante ese mismo siglo “La disciplina aumenta las fuerzas del cuerpo (en términos económicos de utilidad) y disminuye esas mismas fuerzas (en términos políticos de obediencia).”[1] Aunque el análisis de Foucault se detiene principalmente en las implicancias políticas de estas prácticas, me interesa encaminar la lectura hacia el impacto que ha provocado el disciplinamiento en la estética de la danza, y que, creo, aún subsiste en numerosas expresiones contemporáneas (ya se trate de danza espectacular o de prácticas de enseñanza de la danza) como fenómeno estético político. Aplicando la cita de Foucault al terreno específico de la danza, la disociación que se produce en relación al poder del cuerpo hace del mismo, por un lado, una aptitud, una capacidad que se trata de aumentar, y, por otro lado, encauza la potencia expresiva que de ello podría resultar y la enmarca en los términos de una sujeción estricta a un código restringido.
El cuerpo del bailarín ostenta los signos del vigor, la fuerza, la agilidad, la salud, el dominio de sí, la plenitud. Toda una retórica corporal construida a partir de un cuerpo natural desvalorizado que debe ser corregido y modelado por el aprendizaje y la práctica constante de la técnica. Por consiguiente, toda secuencia de movimientos en una obra de danza clásica nos habla, además de lo que específicamente expresa, acerca de un cuerpo modélico altamente tecnificado y los valores sociales que este encarna.
Esta omnipresencia del poder, significada permanentemente en los cuerpos hipereficientes, nos impone pensar si necesariamente un cuerpo tiene que hablarnos de eso cuando baila. ¿Cuántos sentidos deben quedar desplazados en los márgenes de la significación, inarticulados, balbuceantes, sometidos a una parálisis —que es inmovilidad y afasia—, para que el cuerpo solo nos hable de eso? ¿Por qué acallar la humana fragilidad de una vida, siempre a merced de arbitrariedades infinitas que pueden ponerle fin en cuestión de segundos? ¿Por qué privilegiar el testimonio de un cuerpo en lucha ante la impaciencia del tiempo por consumirlo y no el de aquél que asume la vejez como parte de su naturaleza o la debilidad como parte de su alegato? Un cuerpo pulsional, urgente, descompone la infame red de gestos impuestos. Otros cuerpos posibles para la danza contradicen la serena elocuencia del mensaje de los cuerpos modélicos, su univocidad y su carácter ilusorio.
[1] Foucault, Michel. Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2002
Fragmento de: "La danza como una instancia de construcción de la memoria" Laura Papa
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